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jueves, 8 de julio de 2010


El accionismo de Viena


Como todos los movimientos artísticos nacidos en la Europa de la postguerra, el Accionismo acoge en su seno una serie de prácticas artísticas -podríamos decir- aunque van mucho más allá de lo puramente artístico, que encierran manifestaciones de descontento con la situación y que, por supuesto, son herederas de la descomposición de Europa que supuso tanto la situación alemana de la preguerra, como los efectos devastadores del conflicto.
El movimiento nació algunos años más tarde, pero sin duda era algo que se venía arrastrando desde atrás. Muchos países fueron desmantelados y vueltos a reconstruir dando paso a una situación que, al menos al principio, no era o no parecía ser más que un equilibrio inestable, como se puso de manifiesto con la “guerra fría”. Esto, como es lógico, tuvo su referente en las artes y en el caso del Accionismo de una manera verdaderamente radical y agresiva. Sin lugar a dudas, tanto en Berlín como en Viena se había creado un caldo de cultivo extraordinario para que los artistas llevaran hasta el extremo sus manifestaciones.


Pero este extremo les constó no pocos problemas, en incluso denuncias y cárcel a algunos de ellos.
Cuatro son los artistas que centraron más claramente las propuestas del movimiento y los que lo radicalizaron de una forma más clara. Huían de la presentación de un arte “tradicional” y de los soportes habituales. Su cuerpo, también conectado en esto con otras propuestas como el body art, era su principal arma y su campo de experimentaciones. Günter Brus, Otto Mühl, Hermann Nitsch y Rudolf Schwarzkogler son las principales banderas del movimiento y desarrollaron su trabajo entre 1960 y 1971. Pero la radicalidad de su trabajo no solo se manifestó en su obra “plástica”, sino también en sus propuestas teóricas.


El título de algunas obras habla por si solo: Cuerpo pintando, Mano pintando (1964), de Brus, Degradación del cuerpo femenino, degradación de una Venus (1963) de Mühl y Nitsch. Luchaban por la destrucción del arte, por pasar página sobre lo que se había hecho hasta el momento y crear un “arte nuevo”.
Estas propuestas se pusieron de manifiesto en 1966, cuando se celebró en Londres el primer “Simposio de la Destrucción en el Arte”, donde también se encontraron con los pertenecientes al Fluxus, que desde Alemania hacían otro tanto, aunque con unas propuestas menos “radicales”. Esta reunión supuso el reconocimiento oficial a nivel internacional de la obra de varios accionistas, en especial de Brus, Mühl y Nitsch. Su trabajo consistía en acercarse a través de diversas prácticas performativas a los impulsos reprimidos, los tabúes sexuales y los miedos soterrados de la sociedad burguesa de Viena, recurriendo a una parafernalia escenográfica que aún sigue resultando molesta (más aún en un momento dominado por la ética y estética de lo “políticamente correcto”.

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