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sábado, 16 de julio de 2011

La Arquería 
El tiro con arco o arquería es otra disciplina en la instrucción del Zen. Por medio de esta práctica los alumnos consiguen ser unos expertos en disparar al blanco, pero lo que realmente pretenden los maestros no es hacer de sus alumnos expertos tiradores, sino que lo que en realidad persigue la concentración que exige esta actividad es despertar la intuición natural del aprendiz arquero, de modo que una vez éste ha logrado un buen conocimiento de la herramienta (el arco) y arte en el tiro, el disparo se produzca de modo intuitivo, sin apuntar o concentrarse en el blanco, que nada importa a la naturaleza de las enseñanzas Zen. "Comprometed toda vuestra vida en el tiro de una sola flecha" dicen los maestros arqueros, y es que en esa acción, arquetipo de la acción original, se descubre todo el Zen.  
El arco, construido en madera de bambú llega a medir unos dos metros de longitud, por lo cual es fácil imaginar la enorme dificultad que entraña su manejo, y por consiguiente se ve que no ha sido diseñado para competir deportivamente, por ejemplo, sino que su diseño está adecuado para servir de apoyo a las enseñanzas del Zen.  
La primera fase del aprendizaje consiste únicamente en hacerse con el manejo del arco y la cuerda. Es ésta una tarea tan dificultosa y que exige tanto tiempo de entrenamiento que el practicante acaba por olvidarse de la flecha y el disparo. Su interés se halla centrado exclusivamente en conseguir la tensión correcta de la cuerda, para lo cual necesita acoplarse íntegramente al arco, con firmeza pero con ductilidad, evitando que todo su cuerpo se tense al mismo tiempo, pues el tiro sólo será correcto cuando consiga liberar su cuerpo (y su mente) de tal tensión, y concentre toda su fuerza en la mano. Esto podría inducir a la idea de que el arte de la arquería está reservado a personas de físico fuerte, pero esto no es así ya que tanto hombres como mujeres se ejercitan en él. Ahora bien, sí que son necesarias la paciencia, el tesón y la fuerza de voluntad para no abandonar antes de obtener resultados.  
En esta primera fase de instrucción el maestro del Zen no ejerce ninguna presión o influencia en el discípulo, y su papel consiste en indicarle las reglas básicas de posición y respiración, que deben adoptarse en el ejercicio. Como todo guía espiritual o intelectual verdadero, el maestro pertenece al linaje de los hombres auténticos y éstos no están interesados más que en lo original y genuino de los seres, donde radica la verdad y libertad de todos ellos. Indicando a quienes muestran interés, el camino que sirvió a su propia liberación. El maestro es un ejemplo a seguir (no a imitar) y su método tiene la fuerza de su propia experiencia, requisito imprescindible en toda transmisión real de iniciación al conocimiento. 
El propio aprendiz arquero tendrá que desarrollar una autodisciplina para llegar a conocer sus fuerzas y debilidades, a medida que se descubren las propias energías, se advierte el modo de integrar el cuerpo y la mente en el espíritu del tiro. Sólo de este modo se puede llegar a entender el espíritu que vehícula el arte del tiro con arco. El ardid, por parte del discípulo, queda excluido completamente y los maestros, cuando comprueban cualquier tipo de engaño para llegar a dominar el tiro de forma artificial, sencillamente le quitan el arco al aprendiz y le dan la espalda negándose a seguir instruyéndole.  
Una vez superada la fase con el arco y la cuerda es el momento adecuado para tomar la flecha y prepararse para el disparo. El profesor Eugen Herrigel, filósofo alemán, que se acercó al Zen a través del arte de los arqueros durante algunos años en Japón, describe muy bien su experiencia y el espíritu de las enseñanzas recibidas de su maestro durante todo el periodo de su aprendizaje y hasta alcanzar la maestría. Cuenta Herrigel cómo después de practicar por tres años seguidos aún no era capaz de soltar la flecha, que debía clavarse a dos metros del tirador; siempre al llegar al momento de "máxima tensión", tras lo cual debe producirse espontáneamente la liberación de la flecha, ésta quedaba atrapada en sus dedos, así es que durante unos días de vacaciones acometió la tarea de estudiar donde radicaba su fallo lo cual le llevó a centrar su atención en corregir la posición de su mano derecha, logrando con ésta corrección el éxito de su tiro.
De vuelta a las clases enseñó al maestro sus avances, éste al verle lanzar la flecha técnicamente de manera correcta, se negó a seguir instruyéndolo. Finalmente Herrigel logró que el maestro le diera otra oportunidad pero con la condición de que prometiera no violar nunca más el espíritu de la Magna Doctrina. Y así -dice Herrigel- "volvimos a empezar desde el principio, como si todo lo aprendido hasta entonces hubiera sido inútil. Pero, igual que antes, me era imposible permanecer sin intención en la mayor tensión, como si fuera imposible salir del viejo carril. Así, un día le pregunté al maestro: Pero, ¿cómo puede producirse el disparo, si no lo hago yo?" 
-Ello dispara- respondió. 
-Esto ya me lo dijo usted varias veces; formularé pues mi pregunta de otra manera: ¿cómo puedo esperar el disparo, olvidándome de mí mismo, si ‘yo’ ya no he de estar allí? 
-Ello permanece en la máxima tensión. 
-Y ¿quién o qué es ese Ello? 
- Cuando haya comprendido esto, ya no me necesitará. Y si yo quisiera ponerle sobre la pista, ahorrándole la propia experiencia, sería el peor de los maestros y merecería ser despedido. ¡No hablemos más, pues, practiquemos! 
Durante semanas enteras no avancé un solo paso. En cambio comprobé que esto no me afectaba en lo más mínimo. ¡Estaba ya cansado de todo! Que aprendiera el arte o no; que supiera o no lo que el maestro quería decir con su ‘Ello’; que encontrara el acceso a Zen o no, todo esto me parecía tan lejano, tan indiferente, que ya no me preocupaba. Varias veces me propuse confesárselo al maestro, pero frente a él me abandonó el valor. Estaba convencido de no escuchar otra cosa que la trillada respuesta: ¡'No pregunte, practique'! Entonces dejé de preguntar y por poco hubiera dejado de practicar, si el maestro no me hubiera tenido tan firmemente en la mano. Vivía al día sin pensar en el mañana, cumplía en la mejor forma posible con mis obligaciones profesionales y finalmente hasta dejé de tomarme a pecho todo aquello a lo cual había dedicado, durante años, mis más persistentes esfuerzos. 
De repente, un día, después de un tiro mío, el maestro hizo una profunda reverencia y dio por terminada la clase. Ante mi mirada perpleja exclamo: ¡Ello acaba de tirar! Y cuando por fin, comprendí lo que quería decir, no me fue posible reprimir una repentina expresión de alegría. 
-Lo que dije- reprobó el maestro- no era un elogio, sólo una comprobación que no ha de tocarle. Y mi reverencia no estaba dirigida a usted, porque usted no tiene ningún mérito en ese tiro. Esta vez, usted permanecía, olvidado de sí mismo y de toda intención, en el estado de máxima tensión; entonces él ‘cayó’ como una fruta madura. Ahora siga practicando como si nada hubiese sucedido". Pues, como decíamos, la finalidad del ejercicio es el conocimiento que uno mismo ha logrado adquirir de sí mismo, llave con la que se abren otros espacios de la realidad; y sólo cuando se posee ese conocimiento se está en condiciones de lanzar la flecha.
Esta debe sujetarse hasta el momento idóneo para el tiro una vez que el arco obtiene la curvatura precisa, la cuerda la tensión necesaria y la mano se halle en el justo medio. En ese momento de preciso equilibrio entre el arco y el tirador se produce la liberación de la flecha, quedando en ese mismo acto de comprensión simultánea liberado el espíritu del arquero. La propia figura del tirador, envuelto completamente en el círculo que forma el arco extendido, sitúa al corazón del arquero en el centro mismo del círculo, siendo de ese modo como puede verse que este centro desde el que se proyecta la flecha es, a la vez que punto de partida, verdadero blanco de la flecha, al que ésta retorna una vez trascendidos o superados los límites individuales."Cuando la cuerda está estirada hasta donde le permite el arco, éste encierra el Universo."  
El arquero inspira intensamente a la vez que estira la cuerda, hasta quedar lleno de aire, conteniendo la respiración al tiempo que retiene la flecha en un estado máxima tensión o equilibrio. Cuando su intuición inteligente, concretizada en su habilidad en reconocer la sincronía perfecta del momento, le indica soltar la flecha, ésta parte con su hálito que se mezcla con el mundo, en una acción única, y que por cierto, no tiene intención ni interés alguno por los resultados. 
Sólo entonces los maestros presentan el blanco a sus alumnos, situado ahora a unos 60 metros de distancia. Los aciertos son certeros en la mayoría de los disparos, pero ningún iniciado o maestro del arte de la arquería les presta ninguna atención. Cuando aciertan en el blanco (cosa que hacen incluso con los ojos tapados) no se conceden ningún mérito, y tampoco cuando fallan se inmutan, puesto que no hay intención en los disparos. Así el espíritu del Zen siempre decide; lo que importa es estar en sintonía con él de modo que pueda manifestarse en todos y cada uno de los hombres que aman el "Arte sin artificio" por encima de todo. 
¿Dónde o cuándo se inició verdaderamente el disparo?: "La infinita profundidad es la fuente donde se origina todo lo que hay en el Universo", dice Lao-Tse. Caer en la cuenta de esta verdad trascendente supone desinteresarse por cualquier resultado, pero también supone prescindir del arco, o de cualquier ejercicio externo programado. La experiencia cognoscitiva queda impresa en el corazón del artista, que todo hombre es, y toda obra que realiza, a partir de entonces, es una obra de arte.

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